MADRID.- Cuba vive en los últimos años el mayor éxodo migratorio de su historia, por encima incluso del que protagonizó en los años 90 con la crisis de los balseros. Los últimos datos que ha publicado el gobierno de Estados Unidos dan cuenta de que más de 850.000 personas han abandonado la isla desde 2022 (cerca del 18% de la población). Un vaciamiento demográfico que está lejos de revertirse en gran medida por la insostenible situación a la que las autoridades de la isla han sometido a sus habitantes.
Las estadísticas muestran que la crisis actual en Cuba es la más profunda de las últimas décadas. Si durante años los cubanos huían de la penuria y de libertades limitadas, hoy la emigración masiva se enmarca en un contexto de mayor desesperanza estructural. A la crónica escasez de alimentos, medicamentos y bienes básicos, se le ha unido en los últimos años el desplome del turismo y una inflación descontrolada. Esto ha abonado una creciente falta de oportunidades, especialmente para los jóvenes, que no ven futuro en la isla. Todo ello, además, se ha intensificado desde las protestas de julio de 2021, que tuvieron como respuesta un aumento de la represión. Es indudable que el principal responsable de este éxodo es un gobierno que ha perpetuado las condiciones que impulsan a sus ciudadanos a abandonar el país. Las reformas económicas no han sido suficientes ante la rigidez de un sistema que impide crear un entorno propicio para el desarrollo. También es cierto que Cuba ha estado sometida a un embargo por parte de Estados Unidos que solo ha contribuido a ahondar esta deriva.
La situación ha llegado a tal extremo que la respuesta a la crisis ya no puede ser solo cubana. Ante la evidencia de que La Habana es incapaz de cambiar el rumbo erróneo de su política, urge que la misma comunidad internacional juegue un papel clave, no solo enfocado en la migración, sino en solucionar las causas profundas que han contribuido a este histórico éxodo.