El gobernador Axel Kicillof atravesó una semana por demás incómoda en su propia fuerza política. En realidad, todo el año fue desgastante para él, pero desde la reaparición en escena de Cristina Kirchner como figura central del peronismo, tanto los propios como quienes no lo quieren mucho lo tironean para que se defina. ¿Alguna vez va a romper, seguirá con la política de diferenciarse o dejará “las patas en la fuente”?
Según pudo saber LA NACION, los pedidos de definición le llegan a Kicillof desde los lugares más diversos de la política argentina. Desde Sergio Massa, que café de por medio y en su rol de mediador con el kirchnerismo le preguntó a boca de jarro si iba “a romper o no” el armado de Unión por la Patria, hasta radicales como Martín Lousteau, Facundo Manes y Emiliano Yacobitti, interesados por el futuro político del gobernador.
“No voy a romper, me quedo”, les responde a todos los que se animan a hacerle la pregunta, a sabiendas de que su relación con Cristina Kirchner y su hijo Máximo Kirchner está cada vez más deteriorada. La misma respuesta desgrana ante los intendentes que lo empujan a recortarse más nítidamente como un peronista no kirchnerista, y ante emisarios de la CGT que no soportan la idea de seguir lidiando con Cristina Kirchner.
Pero la declaración de principios de Kicillof se choca con una realidad que, para él y su entorno inmediato, es ingrata: la nueva presidenta del PJ no le atiende el teléfono desde el 25 de septiembre, cuando le envió un mensaje para el cumpleaños del gobernador e intercambiaron comentarios. Desde ese momento rigió el silencio de radio. Ahí están trabados, porque Kicillof advierte: “A mí me conduce Cristina, no un intermediario”.
Kicillof ya había aceptado a regañadientes la convocatoria de Máximo Kirchner a la cumbre del PJ bonaerense en Moreno, donde también fueron invitados Cristina y Massa, en un intento por confirmar que esa sociedad política persiste. Pero al gobernador lo sentaron en la punta de la mesa, con la intendenta de Moreno, Mariel Fernández, ubicada entre él y Cristina, lo que demostró la fría relación que existe hoy entre ambos.
Dos días después, el miércoles pasado, Kicillof faltó al acto de asunción de Cristina Kirchner como presidenta del PJ, que se hizo en la sede de la Universidad Metropolitana en la ciudad de Buenos Aires. La explicación de sus voceros fue que tenía agenda programada desde hace tiempo en el interior bonaerense, con una recorrida que incluía la entrega de viviendas, un acto de gobierno que Kicillof considera prioritario para su gestión.
Al kirchnerismo le sonó como una excusa: “Si hubiera tenido ganas de venir, corría eso para la semana próxima”, advirtieron en el Instituto Patria. El encargado de convocar al gobernador fue José Mayans, uno de los vicepresidentes del PJ. Mayans no pudo convencer a Kicillof y terminaron hablando del caso Kueider, con ironías incluidas sobre “el primero en la historia al que agarran por contrabando en la frontera con Paraguay”.
Fue entonces cuando Cristina desempolvó la artillería liviana: promediando su discurso habló de la “dirigencia electoral” y de los “peronistas tardíos”. Tras un rato de discusiones sobre quiénes habían sido los apuntados, en el PJ concluyeron que los primeros eran Andrés Larroque –convertido en un cruzado de Kicillof– y el intendente Jorge Ferraresi. Entre los segundos estaban el propio Kicillof y las patas de su “mesa chica”.
“Con el PJ Cristina se puso a jugar la chiquita. Es como si Messi viene a jugar la Copa Argentina”, replican en La Plata y también desde las oficinas porteñas del Banco Provincia. Pero toman el mote de “peronistas tardíos” y reconocen que Kicillof tuvo una militancia universitaria ligada a la izquierda. “Fue en 2008, con la pelea por el campo, que Cristina le vuela la cabeza. Fue desde ahí que se hizo cristinista, no nestorista”, diferencian.
En cambio, Alberto Fernández fue siempre un nestorista y por ende, nunca aceptó la jefatura de Cristina. Lo demostró durante su presidencia. Kicillof no está para repetir ese experimento político que, en su frustración, le abrió las puertas del poder a Javier Milei. “Yo no voy a ser Alberto”, repite como un mantra. Y avisa que primero quiere un acuerdo programático. También aclara que no es partidario del gabinete parcelado.
Sin embargo, mantiene en su gobierno a cuatro funcionarios cristicamporistas: Juan Martín Mena, Nicolás Kreplak, Florencia Saintout y Daniela Vilar. El primero de ellos es el de mayor volumen político: le reconocen sus habilidades para negociar los pliegos judiciales que están en tratamiento en la Legislatura y es uno de los “ductos” que se abrieron entre Cristina y Kicillof. Pero el gobernador añora el trato directo con la “doctora”.
En La Plata les extraña que Cristina no tenga gestos de apoyo a la gestión del gobernador. “Ella no hizo ni un acto con Axel, pese a que es el gobernador propio que tiene. Porque no me van a decir que Gildo es kirchnerista o que los pampeanos son kirchneristas”, enfatizan. “Las veces que Axel la invitó a actividades, ella nunca respondió”, agregan. También esperan sentados un comunicado del PJ bonaerense, que Máximo de por medio nunca llegó.
Los cortocircuitos en el seno del kirchnerismo son interpretados en el resto del PJ y más ampliamente en la alianza de UP como una oportunidad para rodear al gobernador, apalancarlo y emprenderla contra Cristina y Máximo para sacarlos del camino. En el entorno de Kicillof lo saben: “Fue el camporismo el que terminó creando el kicillofismo –analizan–. No fue amor, ni siquiera algo buscado, sino que del otro lado los echaron”.
Por delante le queda a Kicillof definir –lo que hará durante el verano– cómo votarán los bonaerenses en 2025. Muchos dirigentes –no solo peronistas– le reclaman el desdoblamiento electoral, para tratar de sobrevivir al huracán Milei. Tal vez esa sería la opción ideal para el gobernador, si sólo pensara en su futuro político. Pero advierte: “No voy a ser el responsable de la ruptura del peronismo de la provincia de Buenos Aires”.