Gramsci la
tenía clara. Lo dijo él mismo, toda revolución ha sido precedida por
un intenso trabajo de crítica, de penetración cultural, de permeación de ideas. Y hay que reconocer que la izquierda ha sabido llevar a cabo esta
tarea magníficamente.
El mejor
ejemplo es la Revolución Francesa, que puso patas arriba
la civilización occidental. No ocurrió en un día. Fue orquestada y preparada durante décadas por un pequeño grupo de
intelectuales que lograron cambiar el pensamiento de toda una sociedad.
No hace falta ser muy sagaz para ver que, a la
ONU, la OMS, la UNESCO, UNICEF y demás instituciones pretendidamente
buenas, realmente no les importa
nada la política económica, la salud o el hambre en el mundo, si no es
como excusa o herramienta para esparcir su ideología nefasta. El cambio cultural es lo que les importa.
Comentando El Príncipe, de Maquiavelo,
Gramsci dice que “una
parte importante del Príncipe moderno deberá estar dedicada a la cuestión de
una reforma intelectual y moral, es decir, a la cuestión religiosa o de una
concepción de mundo. (…) El príncipe moderno debe ser, y no puede dejar de ser,
el abanderado y organizador de una reforma intelectual y moral, lo cual
significa crear el terreno para un desarrollo ulterior de la voluntad colectiva
nacional popular”. Gramsci entendía a la
perfección la importancia de la Batalla Cultural.
Eso es exactamente lo que la izquierda, con
la ayuda de los organismos internacionales, ha hecho en nuestro país. Son muchos los que han sucumbido ante el lavaje de cerebro de los
progresistas. Están tan cegados que no importa cuántos hechos, evidencia,
números vean. No pueden o no quieren reconocer la realidad. No quieren
ver la verdad. Y sin la verdad, no existe la libertad. Son esclavos
incapaces de razonar y decidir por sí mismos. La estupidez en todo su
esplendor.
Pero los ideólogos
detrás de todo esto se están poniendo incómodos. Argentina, y con ella el
mundo, están pasando por un momento histórico que hace diez años
resultaba impensable.
Lo primero que
sorprende al mundo es la inédita recuperación de la economía en tiempo récord.
Pero el presidente sabe que con eso no alcanza. Milei sabe de la
necesidad urgente de dar, además, la Batalla Cultural. Sabe que, si no
lo hacemos, el cambio no va a durar.
Porque un país sano
y una economía sana, no es posible sin una sociedad sana que la sostenga. Sin una sociedad donde la familia -un
hombre y una mujer, ¡increíble que haya que decirlo! - sea considerada la
célula base, donde los valores morales sean precisamente morales, donde las
ideas sean las verdaderas.
Algunos venimos
librando la Batalla Cultural desde hace décadas. Pero no ha sido suficiente. El hecho de
que un grupo de mal nacidos haga una representación blasfema del Nacimiento
de Nuestro Señor en OLGA TV, sabiendo que la ofensa a la mayoría de
argentinos de bien les resulta gratis, nos habla que están acostumbrados a
actuar sin consecuencias.
Hasta ahora.
Sabemos quién era
Gramsci y lo que pretendía.
Pero podemos, y debemos hacer nuestra su idea del príncipe moderno y su deber
de realizar una reforma intelectual y moral. Ser Gramscis de derecha.
Este es el momento.
Este es el momento que las “Fuerzas de Cielo” nos están dando para
hacer un cambio esencial en nuestra sociedad. Seremos juzgados por
este momento. Porque no hacer nada no es una opción. Porque como dijera un
ilustre español, “cuando lo permanente mismo peligra, ya no tenéis derecho a ser
neutrales”. Tenemos el deber como
argentinos de hacer todo lo que esté en nuestras manos para salvar a nuestra
Patria. El Bien es difusivo de sí mismo, sí. Pero no basta con ser
buenas personas. Hay que actuar. Y cuando se dan las circunstancias adecuadas,
como está sucediendo ahora mismo, esa difusión del Bien puede ser formidable
Se requiere
inteligencia, tenacidad, convicción. Y coherencia. Porque no buscamos un cambio cultural basado
en la mentira y lo antinatural, como el progresismo. Libramos la
Batalla Cultural por una convicción del mundo que se basa en la Verdad.
Y la Verdad resplandece en las obras y la vida de cada uno.
Hay que estar
dispuestos a dejar todo en esta tarea. Si hace falta, hasta la última
gota de sangre. La tarea es monumental, pero no imposible, porque las
Fuerzas del Cielo están de nuestra parte. Y nuestra Patria es una
unidad de destino en lo universal. Argentina está destinada a la grandeza.
Si miramos a las
fuerzas que enfrentamos, puede parecernos que somos pocos y débiles. Pero, de
hecho, estamos creciendo. Porque la Verdad y el Bien SIEMPRE prevalecen.
Brillan, y su luz atrae a los hombres de bien. Y el nuestro es un destino
glorioso. Si morimos en el intento sin llegar a ver los frutos, que así sea.
Nuestra sangre fecundará nuestra tierra.
Y a quienes temen
jugárselo todo, a quienes piensan que no tenemos las fuerzas, a quienes quieren
seguir esperando, les repito las palabras que pusiera Shakespeare
en boca de Enrique V en Agincourt:
“¿Quién es el que desea tener ahora más
hombres en nuestro ejército? ¿Mi primo Westmoreland? No, mi buen primo: si
estamos señalados para morir, somos bastantes para ser una pérdida para nuestro
país: si para vivir, cuantos menos hombres, mayor porción de honor (…) Y jamás
pasará el día de San Crispín y San Crispiniano, desde hoy hasta el fin del
mundo, sin que seamos recordados en él nosotros pocos, felices pocos, nosotros,
grupo de hermanos; pues el que hoy vierta conmigo su sangre será mi hermano: por
humilde que sea, este día le hará de noble rango, y muchos caballeros de
Inglaterra, que ahora descansan en sus camas, se considerarán malditos por no
haber estado aquí, y les parecerá mísera su valentía cuando hable alguno que
haya combatido con nosotros el día de San Crispín”.
Se salvará quien quiera ser salvado. El resto caerá en el olvido. Pero nuestra Patria será salva,
porque nuestro esfuerzo y nuestra sangre le dejará a nuestros hijos y
nietos una Argentina grande, libre y soberana.